Desde el principio de la religión cristiana como tal, hemos
tenido claro que Dios es un ser superior que nos castiga o nos premia según como
sean nuestras acciones en vida, y el premio o el castigo son eternos una vez
finalice nuestra estancia en la tierra.
En las sagradas escrituras siempre se ha hablado de que Dios
no prometió una recompensa en vida a nuestras buenas acciones, pero de la forma
en la que obremos, así serán nuestras bendiciones y nuestra vida eterna. Por
otra parte, tampoco dijo que los malos serían castigados en vida; pero quien
mal obra, mal termina.
Cuando Jesús llegó a la tierra, nos enseñó que es nuestro
deber ayudar a quien más lo necesite. Pero debemos entender que una persona necesitada
no es solamente aquel cuyos bienes materiales no son ostentosos, ni aquel que
muere de hambre o de frió. El necesitado también es aquel que tiene el alma vacía,
alguien cuyas ataduras son tan grandes que no hay poder humano que lo libere, o
aquel que sufre de opresión por parte de una fuerza superior a él; por suerte
existe un ser sobre natural que tiene la fuerza suficiente para liberar a todo
aquel que se encuentre oprimid: Nuestro Dios, que es un Dios de justicia.
Dios nos ha demostrado desde hace mucho tiempo que no hay pena que sea eterna, ni mal que no se pueda superar, porque con su ayuda y misericordia todo lo que debe pasar, ocurre. Además Dios nos ha enseñado que nadie termina sin su castigo o su recompensa, y todo lo que hagamos, sea bueno o malo, será visto por él, para después recibir de su parte aquello que merecemos.
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